-¿Por qué lloras? - Le preguntaron el resto
de los números.
-Porque tenemos nombre, pero nos falta el
apellido.
-Es verdad- dijeron todos a la vez.- Nos falta
el apellido, nos falta el apellido.
Los números mientras caminaban solos por
aquellos lugares tan fríos, pensaban y pensaban. Hasta que de pronto, el número
uno dijo:
-Ya no estoy triste, ya tengo apellido, me
llamaré “una unidad”.
Entonces el 0 dijo:
-Qué bien yo también me llamaré ”cero
unidades”
Entonces saltó el 2 y yo “ dos unidades” y
así siguió el tres unidades, cuatro unidades, cinco unidades, seis unidades,
siete unidades, ocho unidades y nueve unidades. Se dieron cuenta que todos eran
de la misma familia y que todos tenían que tener el mismo apellido.
Pasó un tiempo y aquellos números que eran unidades se sentían muy bien en aquel país del frío de cuyo nombre no puedo acordarme. Hasta que otro día, a la una unidad ( que era el número 1) se le ocurrió que si se juntaba con el “cero unidades” para jugar y caminar juntos, podían formar otro número que ya sabéis se llamó 10 y como le gustó, pasado un tiempo, se unió con otro 1 que por allí circulaba solo, para formar el 11, después lo hizo con el 2 y formó el 12 y más tarde formaron el 13, el 14, el 15, el 16, el 17, el 18 , el 19 y descubrieron que era muy divertido hacer las cosas de dos en dos.
Pasó un tiempo y aquellos números que eran unidades se sentían muy bien en aquel país del frío de cuyo nombre no puedo acordarme. Hasta que otro día, a la una unidad ( que era el número 1) se le ocurrió que si se juntaba con el “cero unidades” para jugar y caminar juntos, podían formar otro número que ya sabéis se llamó 10 y como le gustó, pasado un tiempo, se unió con otro 1 que por allí circulaba solo, para formar el 11, después lo hizo con el 2 y formó el 12 y más tarde formaron el 13, el 14, el 15, el 16, el 17, el 18 , el 19 y descubrieron que era muy divertido hacer las cosas de dos en dos.
Pero como siempre le pasaba al número 1, un
día se puso triste y dijo que el 10 no tenía apellido.
Así, una vez más, el resto de los números tuvieron que pensar y pensar, hasta que al mismo 10 se dio cuenta y llamó a los otros:
Así, una vez más, el resto de los números tuvieron que pensar y pensar, hasta que al mismo 10 se dio cuenta y llamó a los otros:
-Ya lo tengo. Si yo me llamo diez y soy diez
cosas, me llamaré “decena”.
-Bien-dijeron los otros, pero entonces ¿Nos
quitamos el apellido unidades cuando estemos juntos?
-Noooooo- Dijo el 10- No. Yo por ejemplo,
seré una decena y 0 unidades.
-Y yo? -dijo el número 11- ¿Cómo me llamaré
yo entonces?
-Muy fácil- explicó el número 10- tu serás
una decena y una unidad
-Y ¿Yo?- dijo el 12 que sabía que siempre iba detrás del 11.
-Y ¿Yo?- dijo el 12 que sabía que siempre iba detrás del 11.
-Tú serás una decena y dos unidades.
-Ya sé -dijo el 13- entonces yo seré una
decena y tres unidades.
-Es muy fácil- dijo el 14- yo una decena y
cuatro unidades.
-Sí, sí,-dijo el quince- siempre que esté el
uno va a ser una decena porque hay diez cosas juntas y luego, cinco, seis,
siete, ocho o nueve unidades.
-Bien bien gritaron ya todos porque lo habían
entendido.
Y desde entonces en aquel país del frío hizo
más calor, porque la profesora Mª Ángeles, había explicado a unos niños que
vivían en otro lugar donde a veces también hacía frío, esta historia de cómo
las unidades se hicieron decenas.
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